Las leyes del fútbol (Columna de Jaime Bayly en Soho)

El fútbol está lleno de expresiones que van de la mano con cada jugada, cada entrenamiento, cada gol. Pero, ¿de dónde salieron? ¿Por qué son ciertas palabras y no otras las apropiadas para definir este deporte?

En el fútbol no hay individuos, hay "individualidades". Es de presumir que una individualidad es un individuo de notables cualidades. En una cancha de fútbol están las individualidades y están los demás, que son la mayoría.

Curiosamente, si bien hay individualidades, no hay colectividades. La suma de individualidades no hace una colectividad. Nunca un equipo de fútbol es una colectividad. Hay, sí, colectivos, en los que se desplazan las individualidades y los demás.

Los futbolistas que desequilibran son "cerebrales". Sólo las individualidades pueden ser cerebrales. Es de suponer que son llamadas así porque usan el cerebro durante el juego (y quizá también antes y después, aunque eso ya no está claro). Los demás, los que no desequilibran, al parecer juegan sin usar el cerebro o usándolo poco y mal.

Un gol muy vistoso no será nunca una novela o un cuento, pero sí "un poema".

Del mismo modo, un gol muy bello podría ser "una pintura" o "una pinturita", pero nunca una escultura.

A un gol que es "un poema" habría que "ponerle un marco", pero a un gol que ya tiene marco nunca habría que escribirle un poema.

Un "cirujano" es un defensor que hace daño físico a los rivales nunca alguien que las deja mejor de lo que estaban.

Los espectadores violentos son "desadaptados", pero se ignora a qué se han adaptado los pacíficos (o si esa adaptación será duradera o es sólo provisional). No parece fácil que un desadaptado se adapte, pero sí que un adaptado se desadapte (para lo cual sólo hace falta que el árbitro sancione un penal inexistente a los ojos del espectador).

Cuando un jugador se arroja al césped "se tira a la piscina", pero cuando lo arrojan no "cae a la piscina".

Si bien suele decirse que un equipo que se defiende "juega al contragolpe", nunca se dice que uno que ataca "juega al golpe".

Hay equipos, sin embargo, que juegan, al mismo tiempo, al golpe y al contragolpe, lo que parecería una contradicción, pero no lo es.

Si un equipo "matemáticamente" tiene opción de seguir en la competencia, podemos considerar que sus opciones son ínfimas o nulas. Las matemáticas tienen muy mala fama en el fútbol.

Cuando alguien pierde un gol que prometía ser hermoso, ciertos locutores suelen decir "si lo hacía, cerrábamos el estadio". Sin embargo, cuando se marca un gol hermoso, esos locutores, ofuscados por la emoción, se olvidan de pedir que se cierre de inmediato el estadio.

Es frecuente que los jugadores que han perdido digan que el árbitro les robó el partido. No lo es que los que han ganado digan que el árbitro les regaló el partido.

Cuando un jugador no suelta la pelota, "se engolosina" con ella. Pero si la suelta, no puede decirse que ha compartido la golosina.

Si un jugador "va al choque" y golpea al rival, se dice que "no entró con malas intenciones". Sin embargo, no entrar con malas intenciones no equivale a entrar con buenas intenciones. Equivale a entrar sin intenciones, de modo que el golpe resulta un accidente, no un cálculo deliberado. Las intenciones sólo son evidentes en el fútbol, no en las demás actividades humanas.

Una "pelota dividida" no es una pelota partida o fragmentada, a ser repartida entre varios, sino una cuya disputa propicia un forcejeo o cierta aspereza física. A veces, una "pelota dividida" deja dividido, o casi, el cuerpo del atleta.

Una penal indudable es aquel que favorece al equipo de nuestras simpatías; uno dudoso es aquel que favorece a los demás.

Si un futbolista "hace una chilena", no quiere decir que ha procreado a una mujer de esa nacionalidad, sino que ha ejecutado una complicada pirueta de espaldas al arco rival. La chilena goza de excelente reputación en el fútbol. Es la nacionalidad más admirada. Todos los días, muchas personas hacen chilenas (a veces ejecutando piruetas complicadas), pero la mayor parte de ellas no podrían "hacer una chilena" en un campo de fútbol (y no por razones de pudor).

El fútbol no parece un juego homofóbico. Si un varón "le hace un túnel" a otro, esa circunstancia será elogiada y aplaudida. Lo mismo ocurrirá si "le hace un caño", que probablemente se trata de una perforación menos ancha. El diámetro del orificio suelen ser estudiado, precisado y celebrado por los locutores. Pero el hecho mismo de que un varón busque y ensanche el orificio del adversario es considerado un acto admirable, por lo arduo y peligroso de su ejecución.

Se presume que el árbitro es un ladrón hasta que no demuestre lo contrario. Sólo puede demostrarlo favoreciendo solapada o descaradamente al equipo de nuestras simpatías. 

El fervor religioso se multiplica en las tribunas cuando se cobra un penal. En los instantes previos a su ejecución, los ateos y agnósticos virtualmente desaparecen y no son pocos los que reanudan un diálogo encendido con Dios, hecho de súplicas, ruegos y promesas. Unos elevan sus plegarias para que el penal se convierta en gol; otros rezan desesperados para evitarlo.

Un jugador "pecho frío" es repudiado por su serenidad. Se espera que los futbolistas tengan el pecho caliente o, mejor todavía, ardiendo. El aplomo no está bien visto en el fútbol, se lo considera un defecto.

Es un gran mérito que alguien haga "una palomita". Los futbolistas que hacen palomitas son muy admirados. No lo son, en cambio, quienes las hacen en las puertas de los cines.

La "lotería de los penales" es la única en el mundo en la que los participantes tienen un cincuenta por ciento de probabilidades de ganar. Sin embargo, nadie quiere jugar esa lotería.

Si un futbolista "está concentrado", no significa que está pensando, meditando o reflexionando, sino que se encuentra durmiendo fuera de su casa, en un hotel.

Los aficionados suelen exigir que los jugadores "suden la camiseta". Por lo general se considera que un jugador malo suda poco o no suda. La excesiva transpiración, que en otras actividades humanas sería indeseable, una señal de mala salud, es vista en el fútbol como una muestra de ética profesional. Pero esa copiosa sudoración debe confinarse a la parte superior del atleta, si quiere ser admirado. Pues si hubiera alguno que, en lugar de sudar la camiseta, sudase el pantalón, no merecería ya los mismos elogios y quizá sería víctima de reproches y suspicacias. No se recuerda a nadie pidiéndole a un jugador que sude más el pantalón.

Se dice que los futbolistas juegan "por amor a la camiseta", pero acabado el juego, cambian de camiseta con los rivales. Es un amor efímero e intercambiable.

Un partido dura noventa minutos. Nunca dura una hora y media. Dura noventa minutos, que no es lo mismo.

Un futbolista virtuoso es "un poeta", nunca un narrador.

A un jugador alto se le pide que "vaya bien por arriba", pero a uno bajo no se le pide que "vaya bien por abajo".

Cuando alguien simula estar golpeado y exagera cierto dolor para ganar tiempo, se dice que "está haciendo teatro", nunca que está haciendo cine o televisión, a pesar de que muchas veces está actuando en televisión.

En el fútbol, las cosas no ocurren, no suceden, no se ejecutan, no se cumplen: las cosas "se dan". Cuando un equipo gana, "se dieron" las cosas. Cuando pierde, "no se dieron". Se ignora quién da las cosas y por qué las da o las deja de dar. A eso se le llama "la magia del fútbol.

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